A SALVO

Ya hacía días que temblaba y respiraba desde la garganta; que todo o gran parte de lo que a mí llegaba impactaba en mi persona en forma de cualquier cosa afilada: molestaba (y a veces incluso dolía). 


Cóctel de hormonas para desayunar y efectos secundarios durante todo el día. El gran problema reside en que poderme servir yo misma me lleva a un abuso del consumo: acabo hasta las trancas. Y así hoy.


Suerte de las pausas nocturnas en las que lo afilado quedaba aislado y podía descansar, e incluso sentir algo muy parecido al placer de ser acariciada —esto también intensificado por los efectos del coctel, no todos son adversos—.


Pero me cansa ser el monstruo. El de mi misma y el de mi alrededor más cotidiano. Necesito un espacio en el que resguardarme los días así, para salvarme de ellos y a ellos de mí. Siempre me cuesta bajar las pulsaciones, nunca estaré un día entero sin un pequeño temblor; por eso agradecería ayuda cuando me encuentre así. Ayuda o soledad (que es lo mismo pero más fácil).


No sé dónde está mi límite. Siempre que creo haber tocado fondo mis pies se hunden un poco más en el fango y me descubro absurda en mi positivismo. ¿Lo ves? Hay cosas que no consigo gestionar. Cuando estés conmigo, sácame el puñal, que yo no puedo; tengo las manos en cruz delante de mi rostro. No sé cuánto tiempo más podré retenerlos.


Es un constante: intento compaginar de la mejor forma posible mis necesidades con la satisfacción de mi entorno. A veces, de manera inexplicable llego a todo con demasiado éxito. Por eso no consigo asumir que no se aplauda —o al menos que no duela tanto el día que fallo—. "No soy la élite", me repito; parad (y dejadme parar).


Y ahora, desde mi habitación, solo pienso en respirar. Parece algo automático, pero algunas sabemos que no siempre lo es. ¿Se ha extinguido el oxígeno en el mundo? ¿O ya he consumido mi parte? No me llega por más que jadee. Pero la realidad es que sería ingenua (mucho más) si me extrañase. No hay nada más que esperar de alguien que necesita mantener la boca entreabierta mientras duerme, con lo sencillo que es.


Ahora ella viene a darme el beso sin mis disculpas, porque estoy mal, lo estamos. Y, de nuevo, en el espejo solo veo al monstruo. Y lo maldigo.



Lia Versarte


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