CON UN LIBRO Y UN CHIVAS

Bea tenía la manía de leer en voz alta y, como si fuera algo normal, empezaba siempre por el prólogo: «Lo popular sólo trasciende cuando, en un cierto aspecto…», pronunciaba cuando notó tensarse la sábana a los pies de la cama. Levantó la vista y al comprobar que todo seguía en orden, retomó la lectura: «Sólo trasciende cuando, en un cierto aspecto, también es minoritario, sorprendente y nuevo». Un sonido claramente reconocible la distrajo por segunda vez. Miró por encima del libro y allí estaba Gloria, sentada a los pies de la cama moqueando y aguantando la emoción.

    —No sabía que habían escrito eso sobre mí...

    — ¿Llevas todo el rato escuchando? —preguntó Bea sobresaltada.

   — No. He entrado poco antes de que leyeras esa última frase, cuando decías: «Para los postistas fue la singularidad de lo moderno en Fuertes lo que les hizo prestarle tal atención». Antes estaba en el balcón fumando un pitillo.

    — Menos mal, leía creyendo que nadie me escuchaba.

    — Y eso que leías ¿qué era? ¿era el prólogo de un libro mío? —se interesó Gloria sin poder esconder su curiosidad— ¿De cuál? No me suena…

    Bea, cauta ante todo, giró primero el libro para cerciorarse.

    — “ Mujer de Verso en pecho” .

    Gloria no respondió. Quedó callada y con un brillo en los ojos que solo tiene alguien al ver el mar por primera vez. La joven delante de la situación, cerró el libro, se incorporó y se sentó a su lado. La observaba paciente y sobrecogida. Quiso acercar su mano a la arqueada y ancha espalda de Gloria pretendiendo decir: «Estoy contigo». Pero ella se anticipó.

    —No te molestes reina, es inútil —dijo frotándose los ojos, incorporando a ello su particular risa cazallera— ¿Cuántas veces has acariciado tú a un fantasma? Tráeme mejor un Whisky, ¿Quieres?


El vaso estaba mediado cuando Gloria arrancó a hablar. Después de resumir su infancia, marcada por la falta de recursos que la Guerra Civil dejó y una necesitada temeridad para poder leer un libro ante los “capones” de su madre, habló de amor.

    — La guerra se llevó mis dos posibilidades de ser una mujer decente y me convirtió en una joven abiertamente lesbiana —dijo con un orgullo en la voz de lo más característico—. Viví en una sociedad sin espacio para gente como yo: Mujer, poeta y soltera, un completo bicho raro.

    Bea no pensó interrumpir en ningún momento. De haber tenido algo interesante que decir, no hubiera hablado. Ella era así, prefería mil veces permanecer en silencio, escuchando todo lo que Gloria estuviera dispuesta a confesarle.

    — Viví indiferente y por mi cuenta hasta dar con Phyllis, que confirmó mi condición. Fue toda una injuria a los ojos de la gente y un regalo a los míos. La poesías más alegres y tiernas que te encuentres en el libro de antes...se las debo a ella —dijo Gloria haciendo una pequeña pausa para evitar que la voz se le quebrara—. Por eso, cuando marchó, me convertí en una mujer que se sentía sola y abandonada por primera vez.


El vaso estaba casi terminado y la joven, de no ser por las tímidas lágrimas que a veces recorrían sus mejillas, parecía estar petrificada.

    — Después de superar el duelo empecé a temer no reconocerme. ¿Qué hubiera sido de mí sin garra? ¿Sin mala leche? ¿Sin humor? Yo solía decir que “la vida es una mierda de vaca de la que tenemos que hacer un pastel de manzana” y mi pastel fueron los niños. En ellos encontré la sinceridad, el brillo inocente en los ojos y, sobre todo, la ternura al leer que solo Phyllis tenía.

    Antes de seguir, dio el último trago que quedaba en aquel vaso.

    —Estaba cansada de un mundo adulto que parecía no tener tiempo para mis aparentes “chascarrillos”, un mundo crítico siempre con mi verso suelto y prepotente ante lo mundano. Al final acabé completamente encasillada en lo infantil… Dime si no jovencita, ¿qué obras mías conoces?

    Gloria quedó sonriente delante de Bea, esperando una respuesta que claramente conocía. La joven, a consecuencia, no conseguía disimular la incomodidad que recorre tu cuerpo cuando te sientes acorralada. Estuvo unos minutos en silencio.

    — Leí “Cangura para todo” a los siete años. Mi madre llevaba tiempo repitiéndome que era su libro preferido de pequeña... Me lo sé de memoria todavía —contestó Bea con clara nostalgia—. Años más tarde me compré el libro de esta noche en una librería de Madrid. Estaba en plena adolescencia y había ido a visitar la primera chica con la que estuve. No recuerdo si fue a propósito, pero en aquella época leí a muchas mujeres lesbianas.

    — Te costaría encontrar esa información sobre mí… —dijo Gloria burlona e incrédula— ¡Por no decir el libro! Al menos supongo que no estaba en la sección infantil…

    — Estaba en medio de la librería, bajo el rótulo “Escritoras y lesbianas” en la semana del orgullo de 2005.

    Gloria tenía unos ojos tan almendrados que era fácil notarla sorprendida. Ahora era ella la que estaba sin palabras porque nunca hubiera imaginado un futuro así, hablando de ella con la boca grande, mostrándola en pantalla más allá de las parodias de Martes y 13 o el dichoso globo (y su pegadiza canción), y menos aún, queriéndola tal y como era.

    — ¡La madre que me parió! —consiguió decir Gloria con los ojos húmedos y la risa desnuda—.


A las dos de la madrugada, Gloria fumó un pitillo más antes de desvanecerse. La sábana

volvió a su estado natural y, al despertar, Bea preguntó a su madre por Gloria Fuertes.




LIA VERSARTE

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