PELUQUERÍA

Noto como mi pelo crece y empieza a intentar acariciar mis hombros.
A veces temo que me muerda y grito “cuidado”,
pero él dice que no logra ver la etiqueta de “frágil” en el empaquetado
y me cuenta que ya sobreviví a un ataque en la yugular.
Y aquí sigo,
sin crecer más hacia el cielo
pero manteniéndome.
Él solo sabe avanzar cuesta abajo
y caer,
            y caer,
                        y caer…

Mi cuerpo disminuye y mi rostro envejece con el tiempo.
Parce que alguien le ha dado mi orden al reloj:
“AVANZA YA, NECESITO SER MAYOR”.
La vida y sus múltiples laberintos sin comprensión
me han llevado a la madurez temprana,
me han ayudado a ver un adelantado cambio en mi cara
y enseñado a vivir como adulta en proceso de selección.
Pero mientras tanto se ha comportado como depredador voraz y veloz,
devorando la poca carne que me sobraba
y ahora me impulsa a huir con el viento.

Quiero que veas que solo informo,
que es todo un comentario con abrigo de lamento
ahora que el sol amenaza a la vuelta de la esquina,
el mismo sol que como detective le veo asomar la cabeza
y le grito “sal, eres bienvenido para borrar mi tristeza”
mientras él recula haciéndome ver que no le interesa.
Por lo que veo, no tengo argumentos que le convenzan.
Así pues aún visto ese abrigo de invierno color azul
y lo acompaño con alguna lágrima inocente
para abrigar la tristeza sobre lo perdido,
la desesperación de todo lo deseado,
la inanición de lo nunca obtenido.
Lo llevo puesto
para llorar 100 guerras,
99 de las cuales nunca he perdido,
para añorar lo que he vivido,
lo que siempre he soñado
y lo que no nunca he tenido.

Siempre he mirado el futuro a través de mis prismáticos,
como aquél que se detiene en una estación y nunca hace el cambio de armario.
Pero tengo días que recuerdo aquellos tiempos
en los que sabía madrugar sin problemas,
cantaba canciones alegres
y no seguía las reglas.
Recuerdo trayectos infinitos en coche con la ventana bajada,
acompañada por algún chófer familiar
en una excursión que no prometía nunca nada
y aun así no conseguía defraudar.
Ahora des de que el pelo no roza mi espalda
viajo con destino fijo
y suele ser en busca de techo
pero aun así no me quito el abrigo,
porque las paredes son excusas para encontrarme con algún que otro cuerpo herido,
desnudo,
caliente,
con sangre,
activo.

Camino en busca de alguien o algo,
o para seguir con mi rutina,
mis pies dicen conocer de memoria el camino
y opinan que por ahora nadie ha dibujado la salida.
Han intentado recalcular la ruta
y de golpe se han quedado sin gasolina.
Menuda tragedia la suya,
menuda desgracia la mía.

Mientras esto ocurre me miro en el retrovisor
porque después que mi falta de autoestima se perdiese sin que nadie la fuese a buscar,
mi ego intenta verse sobre cualquier sitio que le quiera reflejar.
Me miro siempre y si coincido con mis ojos,
le suelo preguntar:
“¿Oye, tú eres feliz?”
Y responde que a menudo confundimos los peores llantos con el sonido de alguien al reír,
y yo recuerdo que por mucho que consigas tus deseos
tu persona no contempla parar
y siempre se ofusca en seguir
y seguir,
          y seguir…

La felicidad es un estado de ánimo adictivo
y ahora querría plantearme unas vacaciones en El Calendario Actual,
pero mi pasado me recuerda que yo era la que quería avanzar
y por eso solo me queda una opción que es caminar,
            caminar,
                        caminar…


—Lía VersArte.

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