Me mudo de piso,
el pasado se me quedó pequeño
y no cabía ya mi ridiculez.
Mi gran minuciosidad
no tenía ya lugar.
Y me mudé,
sin olvidar nada en el proceso,
llevándome todo,
incluso ese regalo intragable
que toda persona guarda,
por compasión.
Me lo lleve todo,
me lo llevé
y lo fusioné en las paredes.
Quedó todo en ellas
y el espacio resultó hueco,
vacío.
Tocaba remodelación,
tocaba
vida nueva.
La niña en la cola de una montaña rusa,
que siendo su quinto viaje seguido,
tiembla
y mantiene la misma emoción,
como si fuese nuevo,
como si nuevo fuese.
Así yo con ella,
sin ella,
la pasada ella.
Como bosque arrasado por las llamas,
inerte durante agónicos siglos
y,
de pronto,
cómo milagro,
planta que surge,
brote de vida,
de risa,
de verde.
La guerra deja huellas rojas en el suelo,
camufla piedras y huesos,
asfalta caminos con cadáveres,
devora todo a su paso.
Y,
entre esa ausencia de sombra,
porque ésta no existe en la oscuridad,
una luz,
primero tímida,
luego invasiva.
Y después de la blanca ceguera,
pestañear atónita
y encontrarme delante
una ciudad nueva.
El saludo y el despido son recíprocos,
van siempre de la mano
y cuando me olvidé del verano
comencé mi otoño
y en éste no lloraron hojas.
Los árboles guardaron toda su esencia,
se mantuvieron firmes de alegría
y no lloraron hojas,
no a nuestro paso.
nuestra senda no fue enturbiada,
pudimos caminar con los pasos por delante
y las huellas sin borrarse.
Así fue como el yo
volvió renovado
al
N O S O T R A S,
así fue como mi antiguo balcón,
lució un
“se venden antiguos sentimientos”.
Así fue
y así lo escribo.
—Vers[Arte]
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